El alcohol cambia los genes del cerebro. Modificarlos podría ayudar a combatir la adicción
La adicción es un fenómeno complejo que va mucho más allá de la fuerza de voluntad. A medida que se ha profundizado en el estudio del cerebro y la genética, se ha llegado a entender que el consumo de alcohol y drogas altera la estructura y función del cerebro en formas que antes no imaginábamos. Estas sustancias no solo afectan nuestro comportamiento, sino que pueden modificar la expresión de ciertos genes en el cerebro, lo que resulta en una especie de “reprogramación” que facilita el comportamiento adictivo.
Es decir, cuando consumimos alcohol, los efectos no se limitan a la euforia momentánea o la relajación que sentimos. Las sustancias psicoactivas influyen directamente en cómo el cerebro procesa la información y los estímulos, cambiando la forma en que nuestros genes se expresan en las células neuronales. Estas modificaciones, aunque profundas, no son permanentes y ofrecen una ventana hacia posibles intervenciones para combatir la adicción.
¿Cómo afecta el alcohol a los genes del cerebro?
En cada una de nuestras células cerebrales, el ADN (material genético) está presente en largas hebras que contienen la información necesaria para su funcionamiento. Para que este material genético pueda caber dentro de cada célula, el ADN se enrolla alrededor de unas proteínas llamadas histonas. La actividad de los genes, es decir, qué genes están activos y cuáles están “apagados”, depende en parte de cómo se enrolla o desenrolla el ADN alrededor de estas histonas.
El alcohol puede alterar esta dinámica, afectando la forma en que ciertos genes se expresan. Estudios recientes en modelos animales han mostrado que el consumo de alcohol y otras sustancias modifica la expresión genética en regiones del cerebro encargadas de la memoria y la recompensa, esenciales en el desarrollo de las conductas adictivas. Estos cambios en los genes pueden, por ejemplo, aumentar el deseo de consumir y reducir la capacidad de autocontrol.
Por ejemplo, el alcohol produce un subproducto llamado acetato, que tiene la capacidad de atravesar la barrera hematoencefálica (que protege al cerebro) y llegar hasta las áreas cerebrales relacionadas con la memoria. Una vez allí, el acetato puede modificar la estructura del ADN, desenrollándolo y permitiendo que se expresen genes asociados a la búsqueda de recompensas, produciendo cambios en receptores de dopamina. Estos mecanismos nos indican cómo el alcohol literalmente reconfigura el cerebro.
Cambios reversibles y esperanza en el tratamiento de la adicción
La buena noticia es que estas modificaciones en la expresión genética no son permanentes. Aunque el consumo de alcohol y drogas puede desencadenar estos cambios, también existen formas de revertirlos o contrarrestarlos. Se sabe que ciertos medicamentos y hábitos de vida saludables influyen en la expresión genética y podrían ser herramientas valiosas en el tratamiento de la adicción.
Por ejemplo, algunos antidepresivos afectan a la forma en que el ADN se enrolla y desenrolla, cambiando la actividad de ciertos genes que son clave para la plasticidad cerebral, es decir, la capacidad del cerebro de adaptarse y cambiar. Esta misma plasticidad es fundamental en la recuperación de la adicción, ya que el cerebro necesita “reprogramarse” para dejar de depender de la sustancia adictiva.
Además, las terapias basadas en ARN mensajero (mRNA), como las que se emplean para tratar el cáncer, podrían en el futuro dirigirse a genes específicos involucrados en el proceso adictivo. Estas terapias ayudarían a regular la actividad de circuitos cerebrales clave en el desarrollo de adicciones, reduciendo su impacto en la vida de las personas.
Los hábitos de vida también pueden marcar una gran diferencia
Las elecciones de estilo de vida también influyen en la expresión de genes en el cerebro. La alimentación, el ejercicio y hasta la meditación pueden ayudar a regular la actividad genética de formas que contribuyan al bienestar cerebral y reduzcan la probabilidad de dependencia a sustancias.
Estudios han demostrado que la actividad física, por ejemplo, modifica la expresión de genes relacionados con la actividad y la plasticidad neuronal. Esto es clave, ya que el ejercicio se ha vinculado con una mejora en el aprendizaje y la memoria, y puede disminuir el riesgo de enfermedades neurodegenerativas.
La meditación también puede ejercer un efecto sobre el ADN. Después de un retiro de meditación de un mes, los participantes mostraron una reducción en la expresión de genes asociados a la inflamación. Estos hallazgos indican que técnicas de reducción del estrés pueden tener un impacto positivo a nivel molecular en el cerebro.
Un camino hacia la recuperación y el bienestar
El conocimiento de cómo el alcohol y las drogas afectan a nuestros genes abre la puerta a tratamientos más efectivos para la adicción. Entender que los cambios provocados en el cerebro por el consumo de estas sustancias no son definitivos es una invitación a tomar decisiones que mejoren nuestra calidad de vida.
Al reducir el consumo de alcohol y apostar por hábitos saludables, no solo estamos evitando sus efectos inmediatos, sino que también estamos protegiendo la base genética de nuestro cerebro. Esta perspectiva invita a ver la recuperación como un proceso de transformación y automejora, donde cada elección tiene el potencial de fortalecer nuestro bienestar físico y mental.